El periodismo y la divulgación en medios tienden, en ocasiones, a realizar valoraciones desacertadas en el ámbito de la ciencia por no tener en cuenta aspectos importantes como son el impacto de una publicación, el prestigio de una revista o del investigador y, sobre todo, la aceptación de los resultados entre la comunidad científica. Por ello, de vez en cuando se puede ver cómo en algún medio televisivo se presentan teorías científicas sin ningún tipo de recorrido como grandes hitos en el avance de la ciencia, simplemente, porque han sido publicadas en una revista que, aunque pueda considerarse “científica”, tiene el mismo impacto que el libro de instrucciones de un cepillo de dientes eléctrico.
Hace ya unos cuántos años, escribí un post dedicado a las fuentes de información y a su importancia a la hora de valorar la veracidad de opiniones o noticias que se apoyan en alguna publicación científica en el que comentaba:
“Evaluar y distinguir la calidad de las fuentes de información para poder hacer uso posterior de la misma, bien sea en una investigación, en un trabajo universitario o en un programa televisivo en que se va a defender una determinada idea científica, debe de jugar un papel más importante que el papel que le había asignado este contertulio, pensando que la simple publicación de un profesor en una revista va unido a una idea de calidad de información (sin importar trayectoria del docente, la trayectoria de la revista, ni las citas o el impacto que haya podido tener dicho trabajo en la comunidad internacional, además de los trabajos previos en los que pudiera estar basado dicho estudio), una equiparación totalmente errónea.”
Así mismo, la posibilidad de difundir información ha creado otro concepto muy manido en estos últimos años, principalmente desde la llegada de Trump a la Casa Blanca: La posverdad.
Se trata de aquel enunciado que debido a su difusión masiva y a la simpleza de su mensaje acaba siendo incorporado como verdadero por el receptor de ese mensaje, funcionando, tal y como señala Darío Villanueva cuando anunció que el termino sería incorporado al diccionario de la RAE el pasado diciembre de 2017, como “una mentira que, repetida mil veces, se convierte en verdad”.
La explosión de información y la facilidad para su acceso, en cierto modo, han creado un canal ideal para la posverdad, principalmente porque cualquiera puede publicar y llegar a miles de personas en muy poco tiempo. Esto ha hecho que la creación y difusión de noticias falsas sea algo muy común y quizá, como dice Javier García, catedrático de Química inorgánica de la Universidad de Alicante, algunas de ellas se hagan virales por la predisposición que tiene el ser humano a aceptar todo aquello que confirme sus opiniones, es decir, son mentiras que deseamos creer porque confirman nuestro punto de vista.
Lamentablemente, el ámbito científico no es ajeno a la era de la posverdad y circulan miles de bulos o noticias falsas relacionadas con la ciencia, principalmente, porque no todo el mundo posee conocimientos para valorar las fuentes de información de las que deriva la noticia.
Aunque parezca increíble vivimos en un mundo en el que el 42% de los estadounidenses piensa que Dios creó al hombre hace 10.000 años, y en el que el 25% de los españoles creen que el sol gira alrededor de la tierra. ¿Debería extrañarnos estas cifras? Quizá no tanto si somos conscientes de que gran parte de los medios de información bombardean constantemente, todos los días, con noticias o información falsa sin inmutarse. En programas como Hora Punta, de Javier Cárdenas, han llegado a difundir bulos y a defender teorías conspiranoicas sin que en la dirección de la cadena tome ningún tipo de medida al respecto.
Si, además, incluimos los bulos, mentiras y medias verdades que se difunden a través de la red, bien en redes sociales o a través de cualquier medio digital, quizá las cifras nos empiecen a cuadrar.
Las personas deben saber que la ciencia funciona de una determinada manera, posee un método para asegurar, precisamente, el avance del conocimiento: La capacidad descriptiva y predictiva, la sistematicidad, el carácter crítico y el saber fundamentado, la pretensión de objetividad y, sobre todo, el método. Todos ellos son elementos indispensables para lograr ese conocimiento científico.
El triunfo de la posverdad se encuentra en la falta de análisis crítico, en la comodidad de asimilar ideas sin el trabajo que supone cuestionarlas y en la falta de cultura científica que pueda dotar a las personas de herramientas para ser capaz de discernir cuándo una noticia es falsa o cuándo es verdadera.
Qué importante sería contar con un programa de divulgación científica en TV y que necesario sería que en él se discutiera sobre la importancia del método como elemento fundamental para avance de la ciencia.